sábado, 30 de octubre de 2010

Los alfabetos del recuerdo



Los alfabetos del recuerdo

María García Esperón

En el árbol de la vida hay una casa que el abuelo le construyó al niño.
En ella el niño vive, sueña, observa… Inventa las grandes imágenes del mundo y oye cantar a su madre:

Pera con piloncillo
con piloncillo y canela
dulce para mi niño
para mi niño que espera
que espera un beso del árbol
del árbol dulce de pera.


De esperanza dulce se hacen las hojas de este árbol de la vida. Subidos en él, de él los huéspedes, en esa casa que construyó el abuelo, miramos cómo se nos hace la vida grande, el mundo grande, el futuro inmenso y es que… ¡estamos soñando en el sueño del poeta!

Tomados de la mano de sus letras nos convertimos en unos audaces de la memoria: trepando por ese tronco del árbol de la vida hemos llegado a nuestro origen, a nuestra infancia dulce de pera, donde hay un olor que
 Es un olor a pan de naranja 
a tierra mojada

donde la arcilla tiene también vida y es blanda entre nuestros dedos, donde a ratos creemos que somos el gato y a ratos nos soñamos amigos del aire. Porque trepando el tronco del árbol de la vida hemos llegado hasta atrás de nosotros mismos, hipnotizados por nuestro origen, a ese lenguaje más allá del lenguaje, todo olor y sol y recuerdos y manos de nuestra madre, ese trozo de cielo o pedazo de poema donde podemos conocer la plenitud del ser. Donde podemos recordar la plenitud del ser.
Esa, que vivimos en el árbol de la vida de nuestra infancia y que Marco Aurelio Chávez Maya ha pintado de palabras para que podamos deletrear los colores de la vida, para que podamos saborear los alfabetos del recuerdo, leer intactos los aromas y guardar en la boca el tiempo.

Todo resplandor, este Árbol de la vida, revela en su follaje riquísimo muchos secretos, denuncia concordancias íntimas, revela que la muerte más que muerte es una sed:

Dice mi abuelo
que la muerte
es la sed amable
de la tierra
que se bebe a los hombres
como a gotas de agua. 

Nos recuerda nuestro apego a la vida, nuestra inacabable capacidad de nacimiento, los mil ojos y mil oídos, la sensibilidad toda piel de nuestro cuerpo de niños, nuestros asombrados abismos:

A veces pienso en cosas
que nunca he visto
y extraño una vida
que no he vivido.
Y me asusto. 

Nos recuerda nuestro oro y nuestra gloria, nos devuelve nuestro tiempo entero, a nuestra madre toda, al abuelo con su lenguaje antiguo y sus manos de barro, a Adán y a Eva, a la inocencia de la hoja de parra, a la sabiduría de los puntos cardinales, a la realidad elemental de la tierra, del agua, del fuego y del aire… En el Árbol de la vida, hay una casa que el abuelo le construyó al niño y en ella, Marco Aurelio Chavezmaya, nos despierta a la mañana soleada y eterna de nuestra infancia.


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