jueves, 14 de enero de 2010

El Niño en su Casa del Árbol de la Vida en Asturias



Impacientes, algunos versos (con adivinanzas) de esta Casa del Árbol de la Vida volaron hasta Asturias, donde fueron recibidos por los niños de la clase de Rosa Serdio en el Colegio Público Elena Sánchez Tamargo de Pola de Laviana:

El Niño en su Casa del Árbol de la Vida

lunes, 11 de enero de 2010

México y Perú: una historia común

Plaza de Armas, Trujillo, Perú

Marco Aurelio Chavezmaya

Discurso pronunciado en el Salón Consistorial de la Municipalidad de Trujillo, Perú, el 15 de septiembre de 2000, con motivo de la celebración de la V Semana Cultural “México en Perú”, en homenaje al 190 aniversario de la Independencia de los Estados Unidos Mexicanos.

Para empezar voy a contarles un cuento: Después de crear el mundo Dios quedó agotado y sediento. Se bebió entonces un pulque muchachero que le cayó muy bien, pero la sed no desapareció. Así que le trajeron dos litros de chicha mellicera y también se los tomó. El pulque y la chicha tumbaron a Dios sobre el mundo que había creado. Al despertar, con un espantoso dolor de cabeza, todo a su alrededor le pareció feo. Decidió, pues, recrear el mundo. Puso manos a la obra. Trabajaba con las dos manos al mismo tiempo y de ellas salían montañas nevadas, ríos, cascadas, llanuras admirables, selvas llenas de vida, bosques misteriosos y cálidas playas. El nuevo paisaje resultó maravilloso y fue grato a los ojos de Dios. “¿Qué nombre le pondré a estas tierras?”, pensó. Enseguida escuchó su voz interior, sonrió y dijo: “¡Claro, se llamarán México y Perú!”.

Los peruanos y los mexicanos somos hijos del pulque y de la chicha, del tequila y del pisco; somos hijos de la historia. Del Popocatépetl al Huascarán, hay una corriente de sangre, un río de lava que nos une. Hemos sido paridos por la misma tierra americana y Palenque, Tihuanaco, Chichén Itzá, Nazca, Chan Chan, Tenochtitlán y Machu-Picchu, son vocablos diferentes para denominar el mismo espíritu ancestral de nuestros antepasados comunes. Porque yo sí creo en la verdad de un mismo origen, porque creo que en los inicios de la historia los pescadores de las costas guerrerenses y oaxaqueñas conocían también el caballito de totora, porque creo que el águila devorando la serpiente voló también por las llanuras del Perú.

México y Perú son dos espejos puestos frente a frente y ambos, sin importar la época, se reflejan y se reconocen. Así podemos afirmar que no hay en toda la América, que no hay en todo el mundo, dos países que tengan mayor derecho a llamarse hermanos que México y Perú. Desde la época precolombina nuestras particulares historias parecen haber sido escritas con la misma pluma y con la misma tinta ensangrentada, Si Cortés se llevó el oro de los aztecas, Pizarro hizo lo propio con el de los incas. Si Atahualpa fue apresado y sacrificado, a Cuauhtémoc le quemaron los pies y lo mataron. Tuvimos aquí y allá nuestra barbarie y nuestra inquisición y el único oro que los españoles nos dejaron fue el oro del idioma. En el fondo las cuentas de vidrio se las llevaron los españoles y nos legaron el tesoro del lenguaje para nombrarnos y entendernos. Y ese tesoro lo han abrillantado y enriquecido el Inca Garcilaso y Sor Juana, Ricardo Palma y Fernández de Lizardi; Santos Chocano y Amado Nervo, Mariátegui y Vasconcelos, Arguedas y Rulfo, Sabines y Vallejo.

Discurso salón consistorial, Trujillo

Las afinidades históricas y los paralelismos implican, lo sabemos todos, lo mismo el clima, que la cultura, la gastronomía que la política. Allá y acá padecimos el imperio prepotente de la corona española, pero asimismo acá y allá promovimos la emancipación y la independencia. Padecimos guerras intestinas, luchas fraticidas, desórdenes y dictaduras, y frente a todo esto procuramos la legalidad y las constituciones que nos permitieran la creación de mejores escenarios para vivir. México y Perú han sido víctimas de una catastrófica mezcla de imperialismo extranjero y corrupción interna. Pero aquí estamos, de pie, parados en el umbral del siglo XXI. Perú y México no somos proyectos de país. Somos realidades que se fraguan día tras día. Como pueblos hermanos compartimos raíces y recuerdos, sueños e ilusiones. Pero compartimos, sobre todo, la conciencia del presente. ¿Somos pueblos aún en desarrollo o países en vías de retroceso? ¿Somos pueblos al mismo tiempo, modernos y miserables? No lo sé. O tal vez sí lo sé, pero me duele reconocerlo.
Aunque también es verdad que hay pueblos abrumados por su historia y otros que la llevan a cuestas con honor y dignidad. Los pueblos peruano y mexicano pertenecen a éstos últimos. Para naciones como las nuestras, forjadas por el genio y la grandeza de nuestros mejores hombres y mujeres, el pasado no es, no puede ser, fuente de culpas sino de enseñanzas. El pasado existe, pues, para ilustrarnos. El futuro, en cambio, no existe. Sólo somos dueños del presente. ¿Cómo apreciar las lecciones del ayer ahora que somos contemporáneos de la intolerancia, de la globalización, del desastre ecológico, de las farsas políticas, de la bancarrota económica? La tradición y la modernidad no deben ser antagónicas, por el contrario, deben conformarse en unidad indisoluble para fortalecer nuestros procesos de desarrollo. Conocer la historia, apreciar la herencia del pasado, no representa nada si no añadimos a ello el compromiso de ser mejores ciudadanos peruanos y mexicanos, si no añadimos el compromiso de transformar la identidad en algo más tangible y más real.

Hermanarse es nutrirse de la misma sangre, pero no olvidemos que las palabras bonitas se las lleva el viento y solo las buenas acciones quedan. Como peruanos y mexicanos atrevámonos a ser hermanos, pero no hermanos como Caín y Abel. Atrevámonos a exigir gobiernos que conciban el ejercicio del poder como el privilegio de representar los intereses comunes. Atrevámonos a derramar nuestra sangre, pero la sangre de la cultura, del esfuerzo, de la cooperación, de la fraternidad.

Para el Perú sincero que nos da su mano franca, México ofrenda su estampa tricolor donde el águila paró. Decía José Martí que solo hay una cosa comparable al placer de hallar un amigo y es el dolor de perderlo. Los mexicanos no queremos perder a los peruanos, (trujillanos, limeños, huanchaqueros). Y puesto que en México no creemos en el amor de lejos, por eso estamos aquí, cerquita: corazón con corazón.
Anudemos de una manera tranquila y armoniosa nuestros nacionalismos. Somos la misma tierra. Me llamó Perú con “p” de patria, con “p” de pata, con “p” de pisco, con “p” de pasión, poder y pensamiento. Me llamo México con “m” de mano, manito, mar, maravilla y Metepec. Y si Dios a la gloria le cambió de nombre y le puso Perú, a México también le dijo la gloria eres tú.

Lectura Universidad Nacional, Trujillo


Como dijo el Benemérito: La historia nos juzgará. Así pues, atrevámonos a cumplir el papel que nos corresponde, el papel que merecemos. Por todo lo que hemos sido en el pasado, por todo lo que somos ahora, por todo lo que podemos ser en el futuro, atrevámonos a subir al escenario, atrevámonos a ser los mejores protagonistas, los mejores actores en el teatro de nuestro tiempo.

¡Que viva el Perú!

¡Que viva México!



domingo, 10 de enero de 2010

Un colibrí y un instante para María Wernicke

María Wernicke

... y su colibrí


Para María Wernicke

Las holas del viento
son corazones
de campanas
y los colibríes
en las ramas
no son risas
de flores
sino adioses
del tiempo.

(Marco Aurelio Chavezmaya)

viernes, 8 de enero de 2010

Explotar la belleza formal de la escritura y comunicar

Con su padre y su hijo mayor

Fuente: Conaculta

7 diciembre 2009

***El ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2009 comparte algunas reflexiones sobre su oficio


Con orgullo se asume como un artista autodidacta. No pasó por aula alguna de formación artística. Sin embargo, no le hizo falta. Tan sólo su fervor y pasión por el arte hicieron de Marco Aurelio Chavezmaya (Metepec, Estado de México) un artista en todas la extensión de la palabra, especialmente, un digno exponente de las letras mexiquenses.

Fue justamente por la calidad de su pluma que recientemente fue merecedor del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2009, impulsado por la Fundación de las Letras Mexicanas en colaboración con el Fondo de Cultura Económica, sello editorial bajo el cual se publicará la obra que le valió esta distinción: El niño en su casa del Árbol de la vida.

En entrevista desde su lugar de origen, el maestro Chavezmaya abre el baúl de los recuerdos para compartir los orígenes de su amor por la literatura, cuando tenía cerca de cuatro años de edad, así como las aspiraciones que busca como artista y escritor.

“Nace de esos momentos en que mi padre nos contaba cuentos por las noches. Cuentos que él inventaba y sacaba seguramente de su acervo entre Las mil y una noches y los cuentos que traía de su propia infancia. Aunque no había libros en la casa había una costumbre por la narración nocturna de cuentos, que fue un germen muy importante para mí”.

Asimismo, el hecho de que su madre le haya enseñado a escribir desde los cinco años de edad contribuyó a que el escritor mexiquense se acercara a los volúmenes que en ese entonces tenía a su alcance y que eran los libros de texto gratuitos.

-¿Cuándo fue la primera vez que tuvo en sus manos un libro y cuál fue?-

“Fue precisamente el de Genoveva de Brabante, del reverendo Schmid, una novelita que por cierto nunca he vuelto a encontrar. Preguntando por ella descubro que pocos amigos la conocen. La trama está ubicada en la época medieval europea. Fue la primera historia que leí en mi vida, tenía como ocho años, pero antes ya había leído mucha poesía”.

Poco a poco, los libros comenzaron a llegar a la vida de Chavezmaya, y no a través de bibliotecas, porque eran espacios lejanos a la vida de Metepec en los años sesenta. Los empezó a conocer a través de enciclopedias estudiantiles, que le permitieron acercarse a las grandes plumas universales. También un apartado cultural en Excélsior resultó para él una valiosa ventana literaria mundial.

-¿En qué momento decide ser escritor?-

“Hubo una suerte de toma de conciencia a los 20 o 21 años. Después de andar académicamente dando tumbos, me dije que yo era un artista, de hecho así me considero hasta la fecha. Claro que la vocación literaria es dominante en este momento, pero me gusta mucho la parte plástica que es una faceta todavía privada pero que es importante para mí”.

Como el literato lo señala, el oficio de escritor es el que le está dando grandes satisfacciones, pero Chavezmaya señala que tiene gusto por otras artes, como la música. Y es que si bien, su padre es herrero, su familia tiene un pasado musical.

Al preguntarle cuáles son los retos que asume como artista, señala que hoy más que nunca está convencido de buscar y explotar la belleza de cualquier manifestación artística. En el caso de la literatura señala lo siguiente:

“En la cuestión de la narrativa pretendo escribir historias que conmuevan, estremezcan, que digan mucho del México que yo viví y he vivido, del México que he imaginado. Historias que contribuyan, que se enlacen a una tradición narrativa de escritores mexicanos. Por lo que respecta a la poesía quiero darle cauce a un espíritu siempre rebelde, políticamente incorrecto, porque en la poesía debes ser así. Hacer dudar siempre, estar preguntando qué es la vida, el amor, la muerte, etcétera. Lo que quiero plasmar en el papel en blanco es por un lado la belleza formal de la escritura, y por el otro, provocar estimular”.

Sin lugar a dudas Chavezmaya aspira a trascender como escritor, tanto en nuestro país como en el extranjero, pero señala que no le gustaría que lo encasillaran en un solo género literario, pues es un hombre que se ha atrevido a incurrir en todos, excepto el ensayo.

En ese reconocimiento que busca contribuirá en gran medida ser el ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2009, que para Chavezmaya representa un antes y después en su vida profesional.

-¿Cómo lograr escribir una poesía que llegue al sector infantil?-

“He escrito poesía, pero cuando empecé a escribir los versos de El niño en su casa del Árbol de la vida caí en la trampa en la que muchos autores seguramente caen, que es pensar que la poesía para niños es fácil cuando resulta todo lo contrario. Es mucho más difícil que la poesía para adultos porque la aparente sencillez que debe contener la poesía para niños es complicada de conseguir. El desafío fue entonces alcanza esa sencillez, el decir las cosas más trascendentes de la vida con simpleza”.

Para conseguirlo Chavezmaya se inspiró en una frase célebre del bardo Fernando Pessoa que dice “El niño eterno me acompaña siempre” pero no para pensar como un infante, sino regresar al pasado y tratar de recordar lo vivido en esa época.

El literato mexiquense se muestra más que entusiasmado con el futuro inmediato. Está planeando la posible publicación de cuentos para niños, un género literario que ha practicado con gran ahínco. También espera sacar a la luz una novela que la ha tenido guardada durante mucho tiempo.

Por el momento, seguirá sumergido en el sublime ejercicio de la pluma, ya que el estímulo económico que recibió por este premio le permite tener una tranquilidad necesaria para la creación.


GJB México / Distrito Federal

Marco Aurelio Chavezmaya: referencia curricular

En Machu Pichu en 2000

Marco Aurelio Chavezmaya nació el 7 de agosto de 1960 en Metepec, Estado de México. Es narrador y poeta. Entre sus reconocimientos pueden citarse: doble becario del Centro Toluqueño de Escritores, en 1983 y 1995; Presea Estado de México Sor Juana Inés de la Cruz, en Lingüística y Literatura en 1985; becario del Instituto Nacional de Bellas Artes en 1986; Premio Estatal de Narrativa en 1986; Presea Metepec en Ciencia y Cultura, 1993; triple becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de México; Premio Nacional de Poesía “Ivan Suárez Caamal”, Campeche, 2004; Premio Nacional de Poesía “Gilberto Owen Estrada”, UAEM, 2005; Premio Nacional de Cuento “Gregorio Torres Quintero”, Colima, 2008; Premio Nacional de Poesía, Juegos Florales de San Juan del Río, Querétaro, 2008; y Premio Nacional de Cuento Breve “Agustín Monsreal”, Yucatán, 2009. En diciembre pasado le fue adjudicado el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños, 2009, convocado por la Fundación para las Letras Mexicanas y el Fondo de Cultura Económica, gracias a su libro El Niño en su casa del árbol de la vida, el cual será publicado por el FCE en este 2010.

Ha publicado los siguientes libros: Los amorosos (cuento), 1984, Centro Toluqueño de Escritores; Aquí habita la felicidad (cuento) 1987, UAEM; El león duerme esta noche (cuento) 1992, Instituto Mexiquense de Cultura; Memorias sensuales de Erot Méliés (noveleta), 1996, Centro Toluqueño de Escritores; La carne, la agridulce carne (textos eróticos) edición de autor, 2000; Letras sencillas de amor y desamor (poesía), 2005, UAEM; y Estética Unisex (cuento), gobierno de Colima, 2009.

Como escritor oriundo de Metepec ha desarrollado desde 1994 una labor de rescate y divulgación del patrimonio cultural de su municipio. De esa labor destacan las siguientes publicaciones: Soy de Metepec, señores, y no vengo a presumir, recopilación de corridos y poemas, 1994, edición del Ayuntamiento de Metepec; Historia de la alfarería en Metepec, 1997, coedición Ayuntamiento-IMC; Metepec, pueblo viejo, colección de postales, 1997, Ayuntamiento de Metepec; La Tlanchana, la sirena de Metepec, 1997, Ayuntamiento de Metepec; Un pueblo como son todos los pueblos, Dirección de Culturas Populares, CONACULTA, 1998; Metepec el grande, recopilación de artículos, 1998, edición de autor; Metepec 2000, monografía, edición del Ayuntamiento; Leyendas de Metepec, 2003, edición de autor, y Voces de Metepec, la palabra y la memoria de un pueblo viejo, disco compacto, PACMYC, 2003.

Fue coordinador editorial de la revista Castálida del Instituto Mexiquense de Cultura. Ha publicado en las revistas La Colmena de la Universidad Autónoma del Estado de México; Norte-Sur; Cuadernos Políticos; Zonalta; en el periódico La Industria, de Trujillo, Perú. Ha sido antologado en los volúmenes Aves nocturnas, ediciones TunAstral; Para tu exclusivo placer, de Arturo Trejo Villafuerte, ediciones Molino de Letras; y en el volumen Los mil y un insomnios, Antología del Festival del Cuento Brevísimo del Centro Toluqueño de Escritores.

En el contexto de la Hermandad Cultural Trujillo, Perú - Metepec, México, ha participado en los festivales correspondientes a los años 2000 y 2008, y ofrecido recitales literarios en universidades y centros culturales de las ciudades peruanas de Lima, Trujillo y Huanchaco. En 2004 representó a México en el XII Congreso Internacional de Poesía en Bento Goncalvez, Río Grande do Sul, Brasil.

jueves, 7 de enero de 2010

Mi Diccionario



Mi Diccionario

Para María García Esperón


Agua: leche de la tierra.

Beso: canto consumado.

Canto: beso anticipado.

Chile: flama verdulera.

Día: explosión de girasoles.

Escuela: hojas de colores.

Fuego: tiempo en llama viva.

Guitarra: muchacha enamorada.

Higo: hijo de la higuera.

Incendio: voraz enredadera.

Juego: oficio de los niños.

Kiosco: ombligo de la plaza.

Libro: árbol de palabras.

Llanto: tormenta de los ojos.

Madre: pan y cueva.

Nopal: aplauso con espinas.

Ñ: niña enfurruñada.

Oro: sueño del plomo.

Poema: oro del idioma.

Queso: poema de la vaca.

Radio: amigo del abuelo.

Sonrisa: mazorca tierna.

Tiempo: fuego que calcina.

uva: gota de vino.

Vida: sangre en subibaja.

W: corona de princesa.

Xochimilco: trajín de trajineras.

Y: copa consumida.

Zapato: rana de cuero.

Marco Aurelio Chavezmaya

Dos retratos


Retrato como Gandalf


Autorretrato con barba

(Fragmento)

Nací con las lluvias de agosto, bajo el signo del León. Fui educado en la escuela de la anemia, la lascivia y el silencio. Soy equilibrista y libre pensador, soñador profesional y anarquista de tendencia moderada herrero como mi padre y música como mis abuelos. ¿Soy un personaje de brocha gorda o un pincel de Van Gogh? No lo sé. Escribano de mis propias tentaciones, creo que el pecado es la condición natural del hombre. Bebedor de trago largo y conversado, prefiero la cálida embriaguez a la falsa sonrisa de los sobrios. Caballero de la Orden de la Garañona y del Tlachicol. Soy un dandy dueño de sus ojos y de su rumbo. Las luciérnagas de la vida anidan en mis canas, que son de ganas soberanas. Me tuteo con Dios y el lodo no me es ajeno. Marginal, solitario, estratega de la lentitud, disoluto, cínico, la imaginación sin horarios es la divisa en mi escudo de armas. No pido nada sino algunas monedas para escuchar en la sinfonola Amor perdido y Todavía no me muero.

No soporto el plástico ni los objetos desechables. Me gusta el tango y el amor a media luz. Las mujeres son la razón de mi existir. ¡Oh Flaco de Oro! Antes que llamarada de petate, soy una fiel presencia en las sombras. Mi sangre baila al ritmo que le tocan mis deseos. Soy jarrito de Metepec. Soy el hijo de mi madre doña Guty, señora de su casa y de su templo, y uno de los diecinueve hijos de mi padre don Melitón, herrero entre todos el primero. Soy lector del aire, coleccionista de granizo, fotógrafo de melancolías.

Soy un sueño que se mira en el espejo. Y lo mejor de mi vida, como decía Julio Torri, es que no tengo que halagar a nadie para ganar mi pan.

De Orlando Granda a Chavezmaya desde Barranco, Perú

Orlando Granda

En muchas de tus líneas me reconozco.

Como tú, en mi infancia y adolescencia fui callado, tímido, extremadamente retraído, pasaba por tonto: alguna vez me lo dijeron, otras veces con la mirada me recriminaban mi torpeza para ciertas cosas prácticas, pero eso sí, siempre fui muy observador (quiero pensar que era, poniéndome medio solemne, como alguna vez dijo Stendhal: "Un observador del corazón humano"), vivía, en gran medida, aplicando los recursos de mi imaginación fabuladora y así... sobreviví.

Tal vez era, como tú dices, el tener conciencia de todo aquello que los otros niños y jóvenes ni siquiera sospechaban, tal vez era eso y esa conciencia nos afina la sensibilidad y te torna en un "Pararrayos celeste" (como escribió el maestro Rubén Darío) y acumulas "materiales" que te permitirán "construir" el cuerpo del poema (o poemas).

Apenas te he leído unos pocos poemas, mas lo poco que he leído, bella, muy bella tu poesía, sabia, producto de un espíritu observador, minucioso, detallista.

Algo que me sorprendió es la coincidencia (aunque nuestra querida amiga María dice que no hay coincidencias) de nuestros abuelos, en tu caso paterno, en el mío materno. Mi abuelo también era músico, un músico andino, un haravicu (poeta popular o juglar inca, si cabe el término), eximio guitarrista de huaynos cusqueños, mi querido abuelo Julio músico y sombrerero allá en Lucre, pueblecito muy cercano a ruinas incas y más cercano a ruinas de otra cultura más antigua, la de los huaris.

No olvido la casa de mis abuelos cusqueños, casa grande, su patio inmenso, sus escaleras y barandas de madera desde donde vi por primera vez rayos y relámpagos y asustado escuchaba cómo los truenos ingresaban en mí como a una casa deshabitada, inolvidable el río que pasaba a pocos metros de su puerta y que se podía (y puede) cruzar por un puentecito colonial de piedra y que es uno de los orgullos de Lucre, a pesar de su tamaño liliputiense, el horno donde se hacían las chutas (panes cusqueños) y la cocina donde mi abuela Belén preparaba con maestría de ángel terráqueo deliciosos platos aromáticos, coloridos, el huerto pequeño pero infinito donde encontrabas árboles que alegraban el cielo con sus melocotones y capulíes y cantos de pájaros inmortales, y en el suelo perejiles, culantros (cilantro), hierbabuena, ajíes (chiles) de todos los colores y tamaños, caiguas diminutas y amenazadoras con el disparo de sus pepas, frutillas (fresas salvajes), romero, orégano, retamas y todo lo que tu imaginación quisiera encontrar, incluso plantas carnívoras.

Sí, tienes razón, todo ello fluye como un río y nos enriquece, nos brinda experiencias, todo ello fluye o lo "mamamos en la leche materna" (como escribió el Inca Garcilaso de la Vega).

Un abrazo a la distancia y muy complacido de haber leído tus palabras y descubrir tu poesía.

ORLANDO GRANDA

miércoles, 6 de enero de 2010

Marco Aurelio Chavezmaya: la piel y la memoria

Chavezmaya en 1996


Marco Aurelio Chavezmaya es un poeta. Nada más. Nada menos. Es hombre de palabra clara, del silencio dueño. Ganó el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2009, que le fue entregado en una solemne y emotiva ceremonia el 3 de diciembre en el Castillo de Chapultepec. Esa mañana de triunfo, esa jornada auroral ha estado precedida de otras auroras, de otros premios, de otras palabras. Poesía, siempre. Como la que en espiral se eleva en esta conversación que sostuvimos durante los últimos días de 2009 y los primeros de 2010
(María García Esperón).


¿Qué piensa "el niño eterno que te acompaña siempre" del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños que has obtenido?

El niño eterno no se la cree todavía. Ese niño que odiaba los nopales navegantes y escribía su nombre con sopa de letras, que cargaba su silencio y su anemia como un trofeo, que entraba a las cuevas del cerro de su pueblo a tocar las barbas del diablo, que se robaba los ciruelos amarillos del huerto vecino y se empachaba de capulines rojos, que jugaba trompo, balero y canicas, ese niño me mira con cierta desconfianza, con azoro, y desde el fondo del alma parece reclamarme un poco el haber revelado algo que sólo a nosotros, él y yo, concernía: la agridulce sustancia de la intimidad y la memoria. Pero claro que, por otra parte, el niño está feliz pues como a casi cualquier niño, a éste también le fascina salir al balcón y mirar la mañana y ver el desfile de la vida por la calle. ¿Qué quieres que te diga? El niño me sonríe, socarrón, desde el fondo del espejo.


Siempre fui un niño de huertos

¿En qué momento de tu vida comprendiste que eres poeta?

La respuesta será larga porque la pregunta lo merece. El título de poeta es uno de los más difíciles de alcanzar. La Universidad de la Vida es la única en el mundo que ofrece esa carrera. Y yo estoy empezando apenas. Hacen falta cursar y aprobar incontables materias. La mayoría deserta. Voy a citarte las palabras (que de seguro conoces) de uno de los egresados más emblemáticos, Rainer María Rilke, quien escribió:

“Para escribir un solo verso se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen siempre demasiado pronto), son experiencias.

Para escribir un solo verso, es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y saber qué movimiento hacen las flores al abrirse por la mañana.

Es necesario poder pensar en caminos de regiones desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas que hace tiempo se veían llegar; en días de infancia cuyo misterio no está aclarado aún; en enfermedades de infancia que comienzan tan singularmente, con tan profundas y graves transformaciones; en días pasados en habitaciones tranquilas y recogidas, en mañanas al borde del mar, en la mar misma, en mares, en noches de viaje que volaban muy alto y temblaban con todas las estrellas... y no es suficiente incluso saber pensar en todo esto.

Es necesario tener recuerdos de muchas noches de amor, en las que ninguna se parece a otra; de gritos de parturientas, y de leves, blancas, durmientes recién paridas, que se cierran.

Es necesario aún haber permanecido sentado junto a los muertos, en la habitación, con la ventana abierta y los ruidos que llegan a golpes.

Con mis hermanos Tomás y Ernesto


Y tampoco basta con tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar que vuelvan. Pues los recuerdos mismos no son aún esto. Hasta que no se convierten en nosotros, sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no se les distingue de nosotros mismos, hasta entonces no puede suceder que en una hora muy rara, del centro de ellos, se eleve la primera palabra de un verso.”

¿Conseguir algunos versos válidos, lograr edificar un pequeño buen poema, eso me hace poeta? No lo sé. Lo que puedo decirte es que he aprendido con los años a enfrentar con mayor honradez la escritura. Antes era demasiado espontáneo, demasiado irresponsable, y daba a la luz textos descuidados. Ya no lo hago. Me guían los versos del poema “Invocación” de mi amigo y hermano Efraín Bartolomé, te lo cito completo porque vale la pena:

Lengua de mis abuelos habla por mí

No me dejes mentir
No me permitas nunca ofrecer gato por liebre
sobre los movimientos de mi sangre
sobre las variaciones de mi corazón

En ti confío
En tu sabiduría pulida por el tiempo
como el oro en pepita bajo el agua paciente del claro río

Permíteme dudar para creer:
permíteme encender unas palabras para caminar de noche

No me dejes hablar de lo que no he mirado
de lo que no he tocado con los ojos del alma
de lo que no he vivido
de lo que no he palpado
de lo que no he mordido
No permitas que salga por mi boca o mis dedos una música falsa
una música que no haya venido por el aire hasta tocar mi oreja
una música que antes no haya tañido
el arpa ciega de mi corazón
No me dejes zumbar en el vacío
como los abejorros ante el vidrio nocturno
No me dejes callar cuando sienta el peligro
o cuando encuentre oro
Nunca un verso permíteme insistir
que no haya despepitado
la almeja oscura de mi corazón
Habla por mí lengua de mis abuelos
Madre y mujer
No me dejes faltarte
No me dejes mentir
No me dejes caer
No me dejes
No.


Dime, María, ¿qué más puedo responder después de eso?

Nada más. Sólo un bello silencio. Por favor, describe tu vivencia al terminar de escribir El niño en su casa del árbol de la vida.

Al terminar el poemario advertí que había estado trabajando en él durante de cinco años. La vivencia más clara entonces fue la satisfacción, el placer de haber logrado un poemario redondo y a mi gusto. Entendí que detrás de esa poda realizada a lo largo de los meses y los años había una voluntad de alcanzar la belleza de lo bien hecho, pues de las primeras versiones a las últimas hubo numerosas y fecundas correcciones. Si me preguntaras cuál es una de mis aspiraciones como escritor, te diría que es lograr la belleza que guarda todo oficio para quien sabe respetarlo. Eso también lo aprendí de mis padres y abuelos: el placentero deber de esforzarse por hacer un buen trabajo.

Con Luis Nishizawa

¿Escribirás más poesía para niños?

Sí, si Dios da licencia (como decían los señores de antes) seguiré escribiendo poemas para niños, igual que seguiré escribiendo cuentos para niños, cuentos eróticos para señoritas, cuentos y novelas para todas las edades, crónicas para rebeldes, discursos para vivir… Tengo proyectos literarios muy específicos, pero ello no impide que de pronto brinquen los renglones, adscritos a cierto género que no esté considerado ese día en el programa. Las palabras de un poema (o de un cuento, o de una novela) no piden permiso, no tienen respeto a los proyectos y programas, por muy disciplinados que éstos sean. La verdad es que no sé qué escribiré el día de mañana. ¿Quién sabe lo que espera a nuestros huesos, María? La única certidumbre es que seguiré escribiendo.

Con el pintor Daniel Báez

Tal vez lo que nuestros huesos se merezcan, Marco Aurelio. Y dime ¿cuáles son los ríos -literarios y vitales- que fueron a desembocar en tu poemario ganador?

Para darte una respuesta tendría que contarte mi vida. Ya mencioné la intimidad y la memoria de mi propia infancia. A partir de ellas puedo destacar tres ríos esenciales que han nutrido de alguna manera esta obra. Uno es la tradición oral, desglosada en todas esas historias, rondas, adivinanzas, retahílas, coplas, trabalenguas, poemitas, epigramas, dichos, que leí o escuché de niño-adolescente; otro caudal serían los poemas del Declamador sin maestro, o Cien poesías escogidas, esos libritos en edición popular que no faltaban en nuestras casas. ¿Cuántas veces repasé sus páginas? Conservó intactos en la memoria incontables versos: “Quiero morir cuando decline el día, / en altamar y con la cara al cielo; / donde parezca un sueño la agonía, / y el alma, un ave que remonta el vuelo.”; “En torno de una mesa de cantina, / una noche de invierno, / regocijadamente departían seis alegres bohemios.”; “Y que yo me la llevé al río/ creyendo que era mozuela, / pero tenía marido…”; “Tabernero, voy de paso/ dame un vaso de tu vino/ que me quiero emborrachar/ para olvidar este cruel destino/ que me hiere sin cesar…”; “Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis...”. Naturalmente, uno de los clímax de esas lecturas era aquel Nocturno del vate malogrado Manuel Acuña:

Pues bien, yo necesito
decirte que te adoro,
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto,
y al grito que te imploro
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión…



Por mis ojos desfilaban los Gutiérrez Nájera, Diáz Mirón, Amado Nervo, Pablo Neruda, García Lorca, Juan de Dios Peza, Paul Geraldy, López Velarde, como si fuera la alineación de un equipo de futbol. Muchos de los poemas no eran propios para un niño, ¿pero quién, en esa época, se arrogaba el derecho de juzgar o de decidir qué se podía leer y qué no? Mi padre, en su taller de herrería, en tardes de bohemia, nos ponía a recitar a mi hermano y a mí. Y heme ahí, subido en una silla, recitando a Luis G. Urbina: “Era un cautivo beso enamorado/ de una mano de nieve, que tenía/ la apariencia de un lirio desmayado/ y el palpitar de un ave en la agonía...”

Un tercer río muy importante en mi escritura es la tradición musical del cancionero popular que escuché gracias a mi padre y a mi abuelo. Mi abuelo paterno, Tomás Chávez, fue un gran músico de pueblo que aprendió desde niño el arte, sabía leer nota y tocó la trompeta, el trombón, el violín, en la orquesta fundada por mi bisabuelo. Muchas veces gocé en las fiestas familiares al verlo tocar en su violín aquellos valses mexicanos famosos, como Tristes jardines, Alejandra, Sobre las Olas… Mi padre, aunque no siguió el oficio en la práctica, fue y es un apasionado melómano; gracias a él supe desde muy niño de los Churumbeles de España, Los Bocheros, Lola Flores; supe de Agustín Lara, Toña la Negra, Jorge Negrete, Lupita Palomera, Lucha Reyes, Daniel Santos, el Trío Tariacuri, y de algunos “raros” como Carmen Delia Depini, El Trío Cantarrecio, José Agustín Ramírez.

Ahora pienso que esos tres ríos, con su bagaje melódico y literario, me dotaron de un ritmo para versificar, y entiendo que de algún modo aprendí también en ese acervo a comunicar el sentimiento de manera más sencilla. En todo caso, esas serían las fuentes de la que se ha nutrido mi poemario. Habría una cuarta, que corresponde a los sueños, pero esa nos llevaría hacia el mar infinito.


¿Escribes desde la mente o desde el corazón o desde ambos?

Quiero responderte con unas palabras de Juan Domingo Argüelles, extraídas de un artículo que escribió a propósito de la poesía de Efraín: “¿Para qué escribir si no se pone en el poema `la piel y la memoria´? ¿Para qué llenar páginas y páginas si en éstas no palpitan la `tibia soledad´, `el peso del silencio, la claridad, el temblor frío de la inquietud, la tempestad de la alegría´? ¿Para qué escribir, en fin, si la palabra no recupera su poder de nombrar y de hacer sentir las emociones y los sueños `del corazón del hombre´?”.

Eso con respecto a la poesía.

En cuanto a la narrativa, escribo desde el corazón, pero con la mente asomada por arriba del hombro. A mí me parece que la escritura, y todo arte, es el resultado del equilibrio perfecto entre razón y sentimiento. Todo esto tiene que ver (y tú lo sabes muy bien) con la buena armonía entre esa parejita famosa de forma y fondo. Hay escrituras muy bonitas donde no habita nadie, y hay otras que son puro corazón, corazón desbocado, en las que es evidente la escasa presencia de una herramienta, o mejor, de una técnica que dote de las mejores vestiduras a la sangre. Hay que saber encuadernar la entraña, para que la entraña no parezca rastro –o carnicería– sino arte verdadero.

¿Crees que la poesía, el hecho poético, puede transformar el mundo?

No sólo lo creo, sino que estoy convencido. Basta con recordar aquello que millones de personas repiten sin saber bien a bien el peso de lo que están diciendo: “Una palabra tuya bastará para sanarme…”. Una palabra es suficiente para incendiar el corazón de los hombres y llevarlos a la guerra, y también otra palabra es capaz de provocar el fuego del amor. Es dramático y prodigioso el ramillete de sentidos que cada palabra conlleva. La pluma es más letal que la espada, lo sabemos. Y la poesía, que es vida y también lenguaje, vivifica, transforma, ennoblece. Si los criminales que pueblan hoy nuestras ciudades y pueblos hubiesen leído poemas en sus infancias perdidas, o alguien los hubiese acercado más al milagro poético, acaso este país no estaría en las condiciones de podredumbre espiritual en las que se encuentra.

De toda la poesía que has leído y hecho tuya, ¿tienes algún poema o verso favorito?

Ya mencioné algunos versos líneas arriba, aunque todos ellos corresponden a una época muy precisa de mi vida, estacionada en la añoranza. Actualmente hay por supuesto otras preferencias, en mi formación lectora han aparecido ídolos, referencias, esas figuras cuya voz se convierte en fuente de autoridad y belleza. Pienso en Saint-John Perse, a quien admiro y leo con infantil idolatría, pero si me preguntas qué verso me gusta de él, no sabría responderte, pues me fascina el conjunto, el peso absoluto de una obra deslumbrante. En cambio, sí puedo citarte esos versos de Quevedo, con que finaliza su Amor constante más allá de la muerte, “…Serán ceniza, mas tendrá sentido; / Polvo serán, mas polvo enamorado.”, que yo creo que tendrían que ser el epitafio para la doliente humanidad que somos. De José Carlos Becerra, otro poeta muerto en la flor de su pasión, me gusta mucho un poema, Cosas dispuestas, que propone en su inicio: “Cada palabra es un sitio para mirarte, / cada palabra es una boca para acercarme a ti…”. ¿No te parece, María, que estas líneas son, o podrían ser, una declaración de amor a la propia Poesía? De Jaime Sabines, otra voz entrañable, hay numerosos versos que me tocan profundamente, como “Los amorosos callan./ El amor es el silencio más fino, / el más tembloroso, el más insoportable…”. ¿Cómo no le pueden gustar estos versos a quien ha sido un individuo silencioso? Otro par de líneas de Jaime: “El diablo y yo nos entendemos/ como dos viejos amigos…”, me hubiese gustado escribirlas. Ah, y hay algo de Joaquín Sabina que me encanta (y tal vez a ti te encante también): “Vivo en el número siete, calle melancolía”. En fin, creo que todo lo que te he citado va dibujando mi perfil de manera irrevocable, ¿no?


Con Joaquín Díez Canedo

¿Cómo fue el encuentro con tu niño interior, el que como tú y como yo nació un 7 de agosto?

En la infancia me rodeó la triste fama de ser un niño callado y muy tímido, un poco torpe. En la escuela hablaba poco, ¿pero de qué iba a hablar con mis condiscípulos de la primaria si ellos no sabían nada de todo ese universo que yo leía, que yo escuchaba, que yo soñaba? Ahora se habla de lento aprendizaje, de autismo, y hay abundante ciencia alrededor de la conducta infantil, pero en mi época en que fui niño ser callado estaba más próximo a ser tonto. Así que el niño que fui creció con el estigma de ser tonto, pero ésta era una consideración que funcionaba para los demás, pues yo nunca me consideré así, al contrario, con frecuencia me sentía un ser adulto metido en el pellejo de un niño; por eso hay un poema en mi libro que dice:

A veces pienso en cosas
que nunca he visto
y extraño una vida
que no he vivido.
Y me asusto.
A veces siento
que soy más viejo
que mi abuelo,
y que este cuerpo de niño
no es el mío.

A veces creo que soy el gato,
que mira con su ojos verdes
el corazón de un gran misterio
.


Me preguntas por el encuentro con mi niño interior, pero no ha habido tal encuentro porque jamás, en todos mis años de vida, me he separado de ese niño. Efraín Bartolomé dice: "Ahora el niño se borra. Se desvanece en la neblina. Pero no ha muerto: acaba de nacer. Desde hoy vagará en callejones internos como en un laberinto. En las callejas profundas de mí mismo". En mí el niño siempre fue una presencia que correteó a sus anchas por sus callejuelas, sin morir, sin renacer, siempre atento, siempre vivo. No sé qué más decirte.

Tengo curiosidad, ¿a qué te sabe Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños que has obtenido?

Me sabe a piloncillo, a ponche de diciembre, a amistad, a revelación, a compromiso. Después de veintisiete años de mi primer cuento publicado, creo que apenas ahora estoy por fin iniciando una carrera, y lo hago con pasos sólidos, por lo menos ésta es mi certidumbre.



Con Efraín Bartolomé

Del Diccionario de Marco Aurelio Chavezmaya

Poesía: Madre

Niño: Raíz

Árbol: Hombre

Casa: Fuego

Vida: Sangre
 
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