En muchas de tus líneas me reconozco.
Como tú, en mi infancia y adolescencia fui callado, tímido, extremadamente retraído, pasaba por tonto: alguna vez me lo dijeron, otras veces con la mirada me recriminaban mi torpeza para ciertas cosas prácticas, pero eso sí, siempre fui muy observador (quiero pensar que era, poniéndome medio solemne, como alguna vez dijo Stendhal: "Un observador del corazón humano"), vivía, en gran medida, aplicando los recursos de mi imaginación fabuladora y así... sobreviví.
Tal vez era, como tú dices, el tener conciencia de todo aquello que los otros niños y jóvenes ni siquiera sospechaban, tal vez era eso y esa conciencia nos afina la sensibilidad y te torna en un "Pararrayos celeste" (como escribió el maestro Rubén Darío) y acumulas "materiales" que te permitirán "construir" el cuerpo del poema (o poemas).
Algo que me sorprendió es la coincidencia (aunque nuestra querida amiga María dice que no hay coincidencias) de nuestros abuelos, en tu caso paterno, en el mío materno. Mi abuelo también era músico, un músico andino, un haravicu (poeta popular o juglar inca, si cabe el término), eximio guitarrista de huaynos cusqueños, mi querido abuelo Julio músico y sombrerero allá en Lucre, pueblecito muy cercano a ruinas incas y más cercano a ruinas de otra cultura más antigua, la de los huaris.
No olvido la casa de mis abuelos cusqueños, casa grande, su patio inmenso, sus escaleras y barandas de madera desde donde vi por primera vez rayos y relámpagos y asustado escuchaba cómo los truenos ingresaban en mí como a una casa deshabitada, inolvidable el río que pasaba a pocos metros de su puerta y que se podía (y puede) cruzar por un puentecito colonial de piedra y que es uno de los orgullos de Lucre, a pesar de su tamaño liliputiense, el horno donde se hacían las chutas (panes cusqueños) y la cocina donde mi abuela Belén preparaba con maestría de ángel terráqueo deliciosos platos aromáticos, coloridos, el huerto pequeño pero infinito donde encontrabas árboles que alegraban el cielo con sus melocotones y capulíes y cantos de pájaros inmortales, y en el suelo perejiles, culantros (cilantro), hierbabuena, ajíes (chiles) de todos los colores y tamaños, caiguas diminutas y amenazadoras con el disparo de sus pepas, frutillas (fresas salvajes), romero, orégano, retamas y todo lo que tu imaginación quisiera encontrar, incluso plantas carnívoras.
Sí, tienes razón, todo ello fluye como un río y nos enriquece, nos brinda experiencias, todo ello fluye o lo "mamamos en la leche materna" (como escribió el Inca Garcilaso de la Vega).
Un abrazo a la distancia y muy complacido de haber leído tus palabras y descubrir tu poesía.
ORLANDO GRANDA
ORLANDO GRANDA
No hay comentarios:
Publicar un comentario